“Rumiar” la vida donde se llega, supone establecer distancia de lo vivido para digerir y tratar de integrarse a los nuevos momentos con su carga emotiva, afectiva y efectiva de reemprendimiento que provoca. Es una mezcla de previsiones y expectativas, pero los tiempos y espacios superan no pocas veces lo que uno cree, piensa, hace y tiene previsto…
Mi primera impresión está impregnada del “Bien pueda”, modismo sonoro, cálido y formal y el imperativo “¡¡¡Hágale pues!!!”, únicos en el lenguaje de Colombia… Es un sello distintivo de aquí. Como todo vocablo de cada región se pega y el inconsciente del lenguaje lo incorpora al repertorio. Ya los tengo en el mío.
Hay momentos en Manizales que pareciera no estremecen, pero, es mentira porque me van dando razones para inquietarme… Vengo de una formación y lenguaje directo y sin rodeos. Siento que a veces previene. En esta región hay un juego de la palabra, de allí la trova, que “enreda un duende en un guadual” y crea un imaginario de “ambigüedad” con una lentitud en las decisiones personales y laborales que dilata el tiempo y el andar. Es parte de la identidad regional que guarda en sus entrañas unos ancestros de hispanidad con fuerte arraigo confesional que: “teme, de modo ancestral, hallar huellas incómodas, o porque eso la implica en plantear polémicas agudas y sutiles, consideradas intangibles, y hacer salvedades presuntamente inútiles. Porque se quiere quedar tan bien con todo el mundo, y ser tan ultradiplomático –y tan políticamente correcto– que nadie pueda sentirse tocado u ofendido. Porque, en fin, la materia es delicada, y nadie sabe apenas qué hacer con ella.” (Serrano, 2017)
Tiempo y espacio, dos claves del ser. Aquí las montañas con sus imponentes picos y cañones de refulgurantes verdes, con su nevado de blancos en distancia, hacen sentir que no somos nada ante la majestuosidad de esta naturaleza, es como si el tiempo se detiene y el espacio pendiente nos hace ver frágiles cambiando las miradas y también el sentir. Influyen también las variedades de su clima que cambia en segundos… Sol radiante y al instante niebla que con su gris me hace sentir que estoy en el agreste invierno europeo y al ratito estoy en el mar. No sé si quitarme el saco y dejarme en camisilla cuando pasan las manizaleñas sin sacos, con cartera grande, tacones altos, cual reinas en desfile, celular en mano y ni se inmutan con el frío del nevado que se vuelve calor. Parece mentira, pero el sabor caribe toca arrebato en la calle y los bares donde se encuentran los manizaleños con sabor a mar en sus entrañas.
Ser profesor de la Universidad Nacional, Sede Manizales, esa sí “la ciudad blanca”, es todo un honor. Da gusto trabajar en ella por la misión que cumple en un país con sus regiones, plagadas de aberrantes exclusiones, asimetrías y desequilibrios sociales, políticos, económicos y culturales. Mis estudiantes son generalmente chicos y chicas de diversas procedencias con escasos recursos y en no pocos casos reflejan la precaria formación de la pobre primaria y secundaria de provincia, que se ve reforzada con la superficialidad mayor de los contenidos que inoculan unos medios de comunicación parroquianos, creyéndose globales.
Con algunas discípulas y discípulos de excepción, percibo una generación de estudiantes que transpira desazón, demasiado limitados en el lenguaje explicativo o argumental, con una ignorancia pasmosa de la historia nacional y local, adormecidos con muy bajo sentimiento de solidaridad, perplejidad o asombro ante la desgracia de los vecinos. Son como “personajes sin busca de autor”, a los que les da todo lo mismo, como dicen popularmente son del “me importaculismo todo”. Apenas despuntan atisbos de tenues chispas buscando un camino en el andar sin fronteras. Sin ser pesimista también percibo entre adultos que el tiempo y las ganas se acomodan para hacer poco. Generalizando, asistimos a otra era de “patria boba” despreocupada de sus orígenes que se mueve al vaivén que imponen los poderosos. “Puede uno al menos preguntarse. Porque tal nación, reinventada por advenedizos, reciente y mestiza, está dotada de unos orígenes inciertos y problemáticos. Porque Y el pueblo, y sus intelectuales con él, se exasperan con el compromiso de entablar tales polémicas y tener que llegar, por tanto, a algunas conclusiones. Porque habría que buscar excusas para aclarar ciertas cuestiones vergonzosas.
En suma, porque el tema del origen impondría un nivel de autocrítica desacostumbrado, y muchos responderían mal al llamado, quizás con la clásica fórmula nacional: “No me parece…”.” (Serrano, 2017).
Manizales impresiona que no tenga un museo de su historia, no para contemplarla sino apropiarla, para que todas sus generaciones sepan sus esencias, mezclas migratorias, hitos de su cultura y sus desarrollos. Un territorio sin conocimiento de su historia genera narcisismos y egoísmos que ensimismados, creen ser “la única Coca-Cola del desierto”, son más ambientes de apariencia y forma que de contenido. Se mira más para otro lado de falsas transparencias, se piensa más en lo místico-religioso que en lo terrenales y naturaleza biológica y social que somos. De tal modo que Manizales además de buen vividero, si impresiona por muchas cosas.
“La cultura de ‘mirar para otro lado’: “En esta cultura de ‘posverdad’ en la que cada vez estamos más imbuidos; es decir, en estos modos de sentir, pensar y actuar tan obscenos, donde hasta los concursos más prístinos y las adjudicaciones más técnicas están cargados de vicios; lo cual quiere decir que casi todo se realiza detrás de la escena o que las cosas que verdaderamente importan se juegan por debajo de la mesa; y, lo que es peor, donde descubrimos que nos engañaban, pero justamente lo atroz es que “nos encantaba ser engañados”; en este mundo pareciera que se impone con ahínco un imperativo: la “transparencia”.
“Una vez más, de acuerdo con el filósofo coreano que seduce a los jóvenes en Berlín: “En lugar de decir que la transparencia funda la confianza, habría que decir que la transparencia suprime la confianza. Porque solo se pide transparencia insistentemente en una sociedad en la que la confianza ya no existe como valor”.
De tal modo que, en vez de obsesionarnos por falsas transparencias, apostemos decididamente por la confianza en Colombia; y si aquellos a quienes creemos confiables nos engañan, no volvamos a disimular esa injusticia.” (Sanabria, 2017)
No olvidar que somos muy subjetivos, y lo que para unos anda mal, para otros, al estilo del Pibe: “¡¡¡Todo bien…Todo bien!!!”
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Referencias
Serrano, Enrique (2017), Identidad: Las trazas perdidas de esta nación negada en: http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/enrique-serrano-habla-sobre-la-identidad-colombiana-77670 Recuperado 13 de abr. de 2017
Sanabria, Fabián (2017), La cultura de ‘mirar para otro lado’ en: http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/la-cultura-de-mirar-para-otro-lado-en-colombia-77668 Recuperado 13 de abr. de 2017
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Autor Winston M. Licona Calpe. Ph.D // Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia, Sede Manizales Doctor de Escuela Superior de Economía de Praga Coordinador de la Especialización en Gestión Cultural con Énfasis en Planeación y Políticas Culturales
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