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Parte 1: La fábrica de ilusiones de vidrio.

Ansiedad, así empezó mi día, lleno de ansiedad.


A los que no conocemos las estaciones, a nosotros los tropicalescos, a nosotros los que dividimos el año en temporada seca y lluvias, nosotros los que mantenemos entre los 18 y 20 grados todo el año, nosotros los cuales vemos salir el sol a las 6:00 am y lo vemos esconderse a las 6:00 pm, nunca, imposible que nos acostumbremos a las estaciones.

Ya era noviembre, se sentía el otoño con fuerza, Venecia mucho más al norte que Barcelona, Roma y Florencia, las ciudades que antes había visitado y obviamente el otoño se sentía más intenso, menos amable con nosotros los turistas poco preparados.


Como decía, la ansiedad me ganó y coloqué el reloj a las 6:00 am, quería devorarme Venecia, pero ¡oh sorpresa! aún no salía el sol. Como buen colombiano, dije ahhh! otro ratico y terminé despertándome a las 8:30 am, luego de la ansiedad viene la culpa y por qué carajos no simplemente me levanté y ya.

Me organicé rápido, desayuné el triste y desabrido menú del hostal (venía incluido), y salí a buscar el tren que me llevara a Venecia. La idea era recorrerlo muy rápido, para ir en vaporetto a Murano y Burano, pues todos mis amigos siempre recomendaban ir allí, pues las fábricas de vidrio eran lo mejor que habían visto en su vida.


Ahí ya me encontraba pues en una isla en medio del mar adriático, luego de coger un “bus” que andaba por las aguas y que tenía estaciones, torniquetes, taquilleras, ayudantes, marineros, capitán, sillas para los pasajeros, y pasillos para los más osados, por fin había llegado. En medio de mi afán por llegar, hasta olvidé en donde estaba, el tiempo se detuvo, así como la necesidad de comer o beber, ¿frío? naaa el frío no existía, solo éramos mis sentidos y yo, mis ojos atentos, mis oídos sorprendidos, mi olfato extasiado y mi intuición en su máximo esplendor; ellos me llevaron por puentes, pasadizos, calles, túneles, solo exploraba y me sorprendía, años y años de historia, años y años de cultura, años y años de personas transitando por la reciprocidad de este planeta y lo efímero de la vida humana, eso era lo que realmente quería ver de Venecia, lo que realmente imaginaba, lejos del turismo salvaje, lejos de las tiendas de marca, lejos de los restaurantes lujosos y su parafernalia… era mi sitio.


Entre todos los callejones sin salida llegué a una fábrica de cristal y ahí estaba ella, para mi la alegría, bondad y amor encarnados en una mujer. Una Mujer de unos 55 años, 1.68 cm de estatura, muy gordita, blanca como la nieve y sus ojos verdes como la malaquita brillaban como diamantes, sus ojos tenían un brillo propio creo que incluso en la oscuridad podría verlos brillar, eran tiernos y calurosos, bondadosos y compasivos, amables y amorosos; si los ojos son las puertas del alma, es de las almas más puras y nobles que he podido ver. Sus mejillas robustas y rojas por el maquillaje, sus párpados pintados de verde y morado, sus labios rosados terminaban por completar un maquillaje inusual y auténtico, único e irreverente, irrepetible como ella.


Su ropa era una extensión de su maquillaje, botas de invierno, un pantalón rosa, camisa blanca, gabán para el frío morado y una bufanda fucsia llena de flores. Mis sentidos activos al 100% quedaron encantados ante tal magnificencia, ante su poder y su carisma, su ridiculez y su autenticidad, su amor y conexión con el infinito eran evidentes, fue amor a primera vista.


Yo completamente cautivado solo podía sonreírle, hasta me invitó a realizar un recorrido por la fábrica, yo encantado acepté y descubrió que mi acento no era de allí; me pregunto de dónde era y al decirle que era de Colombia se emocionó demasiado, casi no la visitaban de Colombia y necesitaba practicar su español así que me pregunto si yo entendía italiano, a lo cual conteste que sí y me hizo la siguiente propuesta:

“yo te hablo en italiano, tú me respondes en español, así tu practicas tu italiano y yo mi español, a la mitad del recorrido cambiamos, tu corriges mi español y yo tu italiano y lo que no sepamos lo desempatamos en inglés”.

Yo acepté gustosamente, casi que saltando en una pata de la emoción, solo ella y yo, en una fábrica de lámparas artesanales en cristal y viviendo una experiencia única e irrepetible.


La fábrica no era grande, o por lo menos eso es lo que recuerdo, pero las lámparas eran espectaculares. Su respeto y admiración por el maestro artesano no lo podría explicar, su emoción al explicar las obras, sus símiles con artistas del renacimiento, sus apuntes a periodos neoclásicos y barrocos y más aún que yo los entendiera, replicara y pudiéramos hablar de arte admirando el cristal no pudo ser más mágico y cautivador para ambos.

Nos conocíamos de toda la vida, hablábamos en dos idiomas distintos y moríamos de risa con cada coincidencia o cosa que no pudiésemos explicar, yo admirando cada gesto o palabra, o como al mover sus manos salían luces de colores por todo el recinto embelleciendo y armonizando como si fuera un hada o una ninfa del mar adriático, magia, magia, era lo único que sobraba.


Ella no podía explicar cómo un niño de veintipico de años entendía todas sus referencias de arte e historia y más aún, estaba tan interesado y disfrutando tanto de cada segundo de tan magnificente exposición.

Le caí tan bien que me presento al maestro, al cual felicité y agradecí por tan hermoso trabajo; pero después de conocerla a ella, conocer al maestro me daba igual.


La despedida duró más de diez minutos, ninguno quería que se acabará, dos horas caminando y hablando, mi plan favorito de la vida… me quería quedar por el resto de la eternidad… nos unimos en un abrazo infinito duró más de dos minutos, cuanto terminados el abrazo vi que sus ojos estaban llorosos, y con la voz entrecortada me dijo gracias, a lo que yo respondí, no no, muchas gracias a ti, ha sido un momento memorable. Y en medio de alegría y tristeza, nuestras sombras las fueron devorando la distancia y seguimos nuestro camino.



@luiskgg

Septiembre 2 de 2021

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