ANOTACIONES PARA UNA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN CALDAS . 2a sesión.

INTRODUCCIÓN
Las raíces del quehacer educativo en Caldas se remontan a los desarrollos históricos del mundo durante los siglos XV, XVI, XVII, XVIII y XIX. El telón de fondo lo constituye el tránsito de la Edad Media al Renacimiento, impulsado por los descubrimientos geográficos y sus efectos en los desarrollos sociales, económicos, políticos y culturales. En este contexto se presenta la gesta del Descubrimiento y la colonización española. Tiene lugar el asentamiento de las primeras bases de la instrucción en el Nuevo Reino de Granada, como un papel cumplido por los misioneros españoles, en un proceso favorecido por las alianzas entre el papado y la corona española: El Patronato, que moviliza el surgimiento de las instituciones coloniales, entre ellas, la Doctrina, que a su vez da origen de manera casi simultánea a la Parroquia y a la Escuela.
Después de los acontecimientos relacionados con la exploración y ocupación del actual territorio caldense por las tropas españolas comandadas por Jorge Robledo, y una vez establecidas las Encomiendas, Mitas y Resguardos, como primigenias instituciones coloniales, empiezan a surgir, de la naturaleza misma de las Encomiendas, las llamadas Doctrinas, que a su vez dan lugar al nacimiento de las primeras parroquias y escuelas en la región. El proceso está ilustrado en la obra “El Patronato Español en el Virreino del Perú durante el Siglo XVI”, del sacerdote Ángel Gabriel Pérez, cuando dice: “Realizados los primeros ensayos de concentración indígena en los Repartimientos y la Encomienda, el eclesiástico encargado de la enseñanza religiosa hacía de doctrinero y el núcleo de la naciente cristiandad era la Doctrina (…) Estas Doctrinas se constituyeron en Parroquias. No es posible determinar a punto fijo la transición, ni cuál sea la naturaleza canónica de una y de otra. La legislación patronal estaba de por medio. Morelli identifica ambos conceptos y no pone otra diferencia que la condición social de los fieles: “En las Indias se llaman Doctrinas, las Parroquias de los indígenas, en las cuales residen uno, dos o más sacerdotes seculares o regulares con cura de alma”.
El tránsito de la Doctrina a la Parroquia marca también el tránsito de la Doctrina a la Escuela. Y simultáneamente el apogeo del clero católico, a cuyo cargo estuvo la misión de realizar las primeras fundaciones escolares. En un escenario histórico avivado por los debates sinodales en
torno a la concepción antropológica que debía asumirse dentro del clero frente a la naturaleza de los aborígenes, descolló en la región antioqueña (progenitora de la caldensidad), un grupo importante de misioneros, entre quienes se puede mencionar en primera instancia a Fray Martín de Robledo, Francisco Frías, Fray Juan de Torreblanca, Diego López, el Padre Rojas, Francisco Herrera y Pedro de Trotayo. Años después vendría la cosecha propia de clérigos antioqueños, educados en los primeros colegios establecidos en la Colonia. Eran capellanes procedentes de las familias resultantes del mestizaje. Por su carácter criollo tuvieron la opción de educarse en Bogotá. Fueron representantes de estas castas del siglo XVI, el Pbro. Pedro de las Torres y Olmedilla (nacido en Santiago de Arma en 1545); Pablo Jerónimo Muñoz y Collantes (nacido en Santa Fe de Antioquia en 1546); Fray Juan de Santa María y Francisco Ramos.
Por lo tanto podemos afirmar que la génesis del quehacer educativo la encontramos en las Doctrinas, que por sus implicaciones socioeconómicas se confundieron con las Encomiendas. El encomendero era generalmente un clérigo doctrinero que recibía a su cargo un grupo de indígenas, para adoctrinarlos en la lengua castellana y en la religión católica. La Escuela Parroquia fue entonces el origen de nuestros actuales centros educativos. Y ella a su vez surgió de la Doctrina o Encomienda, institución que dio origen de manera simultánea a las organizaciones eclesiásticas de hoy: Las Parroquias, Diócesis y Arquidiócesis. Así se explica el papel predominante del clero en los primeros vagidos de la instrucción pública. Al nacer la institución educativa en un ambiente medieval y en el seno de una institución colonial de naturaleza clerical, se gestó el largo proceso de definición de las concepciones pedagógicas, al amparo de las ideas religiosas, que aún tutelan nuestras instituciones escolares.
Durante los siglos XVII y XVIII, fue la Compañía de Jesús, el principal foco irradiador de cultura y gestor educativo en Antioquia. Esta compañía religiosa se constituyó en la más poderosa organización terrateniente de la Colonia. Sus misiones y haciendas eran las más famosas y prósperas. Sus posesiones se agrupaban en tres clases: Misiones, Haciendas y Colegios. La Misión era sinónimo de Reducción o Doctrina. Llegaron a ser riquísimas, no solamente en tierras, sino también en ganados, agricultura y otros géneros. Fueron una verdadera potencia económica dentro de la estructura colonial. Tal sobrada solvencia económica les permitió ser pioneros en la implantación de agencias de instrucción en beneficio de los criollos que tenían posibilidades de acceso a la educación, y formarlos en la ideología religiosa predominante de la
época. En la etapa colonial no había otra opción para los jóvenes: su educación sólo la impartían las compañías religiosas.
Con el advenimiento del período de la decadencia colonial en la segunda mitad del siglo XVIII, aparece en el escenario la Expedición Botánica y el papel cumplido por José Celestino Mutis en la modernización de las estructuras sociales y culturales del anquilosado virreinato español.
Este movimiento generado a partir de la Expedición Botánica, le sirve de acicate a las gestas independentistas que culminan con el establecimiento de la República, a principios del siglo XIX.
Es precisamente en este período que se empiezan a presentar los acontecimientos relacionados con la lucha por la tierra, que en el caso de Caldas tuvo su principal expresión en los conflictos alrededor de la Concesión Aranzazu. Estos acontecimientos, enmarcados en el fenómeno de la Colonización Antioqueña, generaron a su vez una dinámica de creación de poblaciones en el norte de Caldas, que desembocaron en la fundación de Manizales al partirse en dos el siglo XIX.
Por consideraciones meramente didácticas, presento aquí el resumen de la historia educativa regional de Caldas, utilizando como metodología una ruta trazada con el criterio progresivo de los niveles de la pirámide educativa, aunque dicha lógica no coincida propiamente con la cronología en que fueron apareciendo en el escenario de la institucionalidad del Estado. Así comenzaremos aludiendo al nivel de preescolar, para luego pasar al nivel de la educación elemental, siguiendo al nivel de la educación secundaria y la educación media, hasta llegar a la educación superior.
I. La Educación Preescolar. Desagravio del Estado a la Familia y a la Infancia
Los desarrollos de la educación preescolar en Colombia, y particularmente en el Departamento de Caldas, corresponden a la segunda mitad del siglo XX. No obstante, se sabe que desde el siglo XVIII empezaron a configurarse en el contexto internacional los primeros postulados pedagógicos a favor de la primera infancia, especialmente a través de las ideas de Federico Froebel (1782-1852), quien fundó los primeros jardines infantiles en Europa. Aunque en ese siglo no se conocieron en Colombia establecimientos de este tipo, sí conocemos que ya existían por lo menos hospicios o asilos dirigidos por congregaciones religiosas, para atender los niños expósitos o abandonados, a través de actividades recreativas como labor preparatoria para el ingreso a la escuela. Se tiene por ejemplo información sobre el Hospicio de Bogotá, cuyo accionar estuvo inspirado en la pedagogía froebeliana.
En el siglo XIX surge con fuerza en Europa la idea de llevar a los niños a jardines infantiles desde que comienzan a caminar y “enseñarles” para que nunca hieran a sus compañeros de juego. Aunque se considera al inglés Sir Robert Owen como el precursor, realmente fue bajo la inspiración froebeliana que surgieron en Francia las Cunas Públicas para niños hasta de 28 meses, y las salas de asilo, para niños de dos a seis años, por iniciativa de E. Cochin, Oberlin y Mme. Millet. Casi al mismo tiempo, en 1844, durante el gobierno de Pedro Alcántara Herrán, se crearon en Colombia, por primera vez, las Salas de Asilo para niños pobres. En 1851, José Manuel Marroquín fundó la Escuela Campestre de Yerbabuena, con orientación froebeliana. Y en 1870, durante el gobierno de Eustorgio Salgar, se reglamentó la organización de las Salas de Asilo, para destinarlas a “cuidar y educar a los niños que no pueden ser asistidos por sus madres, y porque a su edad no son admitidos en las escuelas primarias”. Sin embargo, en términos generales, durante todo el siglo XIX y primera mitad del siglo XX, la educación preescolar no se separó del ambiente de la familia.
Será el análisis de la evolución del desarrollo económico y social de los países en las etapas posteriores a la Revolución Industrial, el que nos dará la pista para entender la razón por la cual, este nivel educativo tardó décadas en convertirse en política pública de los gobiernos. Durante todo el siglo XIX y primera mitad del siglo XX, ya se ha dicho, la educación preescolar no se separó del ámbito de la familia. Y como servicio público siempre estuvo, como lo sigue estando, al amparo del ámbito privado. Cerda Gutiérrez 3. lo expresa así: “Durante muchos años, la atención, cuidado y educación del niño pequeño dependía exclusivamente de la familia, y era inusual pensar en la idea de enviar a un niño de 4 o 5 años a una institución educativa. Pero los profundos cambios socioeconómicos que se produjeron en nuestros países, obligaron a la madre a abandonar su proverbial rol de dueña de casa y cabeza familiar, e incorporarse al mercado laboral. La madre trabajadora se ve enfrentada a numerosos conflictos psicológicos, económicos y culturales como resultado de este abandono temporal de sus hijos, y en este contexto surgen instituciones especializadas que tendrán por función cuidar y proteger al niño mientras la madre trabaja”.
El siglo XX se inaugura en el terreno de la educación inicial con la influencia de la feminista y educadora sueca Ellen Key y su obra “El siglo de los Niños”. A esta influencia le siguieron los movimientos educacionistas de Herman Lietz, Georg Kerschenteiner, Bertrand Russell, María Montessori y Jhon Dewey. Entre tanto en Colombia, los procesos de la modernización industrial apalancados con políticas estatales como la Revolución en Marcha, fueron dando lugar a la fundación de las primeras guarderías, hogares sustitutos y jardines infantiles. Surge así, en 1914, la “Casa de los Niños” del Gimnasio Moderno; en 1917 el Instituto Pedagógico Nacional y en 1933, la Escuela Montessori de Bogotá; además de 280 establecimientos adicionales de preescolar, con carácter privado en su mayoría. Comienzan a aparecer en 1939 los primeros esbozos normativos sobre la materia de la educación preescolar, con la expedición del Decreto 2101 y se empiezan a graduar las primeras promociones de Maestras Preescolares en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla. En este ambiente surgen en Caldas, desde 1915, las primeras secciones de preescolar en las instituciones educativas privadas: Santa Inés, La Presentación, Instituto Froebel, Hogar Santa Bernardita, Hogar San José y el Jardín Infantil Versalles. Surgen también las primeras secciones de preescolar en las instituciones educativas privadas de algunos municipios como Aguadas, Pácora, Salamina y Pensilvania.
Tuvimos que esperar hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando al amparo del modelo higienista norteamericano se plantearon como prioridades la nutrición y la seguridad social. A partir de la consecuente Declaración Universal de los Derechos del Niño, de las Convenciones y Eventos Internacionales sobre Educación en América Latina, fueron apareciendo normas que reglamentaron las emergentes políticas educativas a favor de la primera infancia.
Fue entonces cuando se crearon el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y los Centros de Atención Integral al Preescolar (Salas Cunas, guarderías, Jardines Infantiles y otras instituciones análogas). Luego surgieron como consecuencia, en las Facultades de Educación, las primeras carreras de formación de maestros para el nivel de preescolar.
Así podemos interpretar que en Colombia, la política pública de desarrollo infantil y educación inicial, surgió a la manera de desagravio del Estado a la familia, después de la catástrofe a la que fue sometida la unidad básica de la sociedad, como consecuencia de la revolución industrial y sus posteriores corolarios modernizantes. Fue en este escenario donde se generalizaron, a partir de la década de los 70 del siglo XX, los establecimientos de preescolar en las instituciones educativas públicas de Caldas y del país.
II. La Educación Básica: De la Familia a la Escuela
Los desarrollos iniciales de la educación primaria en Caldas corresponden a la primera mitad del siglo XIX, período de la creación de los más ancestrales municipios caldenses, al calor de la colonización antioqueña.
Aunque el interés fundamental que inspiró a las primeras familias establecidas en la región caldense era obviamente el relacionado con la satisfacción de su necesidad de supervivencia. Los colonizadores antioqueños se fueron regando por estas breñas, fundando caseríos, levantando poblaciones, creando distritos, más con el afán de echar raíces, en su innato deseo de territorialidad, que en los afanes que luego vendrían, por trascender en lo mental, en lo cultural, en lo social, en lo educativo. En esa primera etapa de la colonización, la fuerza simbólica que alimentó la expansión estuvo asentada en lo mítico, en lo legendario. A ello se refiere Javier Ocampo López cuando afirma que “el mito es una realidad viviente de lo que se cree acaeció en los tiempos originarios, e influye continuamente en el mundo y en el destino de los hombres (…) el mito no es mera historia contada, sino realidad vivida”.4 La faena intelectual no tenía espacio en las mentes de los primeros colonos antioqueños. Ellos estaban demasiado ocupados en las faenas materiales: derribar la selva, abrir trochas, levantar sus ranchos, efectuar las siembras, cosechar los frutos que la tierra pudiera prodigar, con la mayor brevedad posible. La fortaleza física estaba por encima de cualquier otra prioridad. Se requería vitalidad para resistir la intemperie, descuajar montes, talar árboles milenarios para transformar el bosque, enfrentar la dureza del medio, darle caza a la presa para el condumio y vencer por tanto el vigor de las fieras, domeñar los rigores del clima y sobreponerse a la pujanza de los rivales y enemigos en la gesta colonizadora. Los pocos resquicios que quedaban, se dedicaban a la fantasía de los mitos, de los espantos y de las leyendas que poblaban la oscuridad de las noches.
Sin embargo, una vez levantado el rancho, establecida la sementera y afincada la familia en la neófita parcela, venía la preocupación por la crianza de los hijos. Si bien se tenía claro que dicha crianza tendría que orientarse al propósito de capacitar a los hijos para contribuir al ensanchamiento de la incipiente economía familiar, también era evidente la necesidad de trascender la mentalidad de los niños, a niveles espirituales. Por ello, al lado de lo mítico, lo religioso cumplía un papel fundamental. Entonces era el momento en que los padres de familia,
reunidos en torno a un mismo interés, acudían a las autoridades regionales del clero en demanda de una fundación eclesiástica que permitiera la disponibilidad de un “cura de almas” que los ayudase en la tarea de contribuir a la crianza de los hijos, bajo la orientación de sentimientos cristianos. Era por ello que la parroquia se convertía en el eje de toda la vida comunitaria y social de las incipientes poblaciones de la colonización.
La ética judeo-cristiana se hizo de esta manera preponderante en la formación de nuestra cultura. El asunto lo describe Albeiro Valencia Llano5 de la siguiente manera: “Los hijos se formaban al lado del padre y de los adultos, mientras que la actividad doméstica especializaba a las niñas. No se trataba sólo de vivir decorosamente con finca y con casa, en la recién fundada colonia, sino de “embellecer el hogar con el buen gusto y sencillez de la mujer hacendosa, y ahorrando sin imponer privaciones a la familia, pues se entiende que la economía y el buen orden producen milagros”. La educación de los niños se orientaba a las actividades productivas, mientras que las niñas se sumergían en las actividades domésticas, las cuales se hacían cada vez más complejas de acuerdo con las exigencias de la finca familiar. No era suficiente hacer la comida, alimentar gallinas y cerdos, sino que era necesario saber bordar, tejer, coser y administrar una casa”.
En ese contexto, la educación básica estaba inicialmente restringida a los varones, y sólo abarcaba los tres primeros años de formación elemental. Poco a poco las condiciones irían mejorando, ampliándose las oportunidades para las niñas y creciendo el espectro de la cobertura hasta los cinco años de escolaridad. Sin embargo, a medida que corría el tiempo, las cosas se iban complicando. En tanto que el quehacer educativo pasaba de la influencia meramente familiar al ámbito de la escuela, ésta por su carácter público se veía afectada por las tensiones ideológicas de las distintas fuerzas sociales. La influencia religiosa comenzó a encontrar la oposición de otros intereses. Empezaron los debates por la preeminencia de diferentes hegemonías. El clero encontró resistencia en los partidos políticos que encarnaban los nuevos intereses de las clases comerciales en ascenso. Se sucedieron los debates sinodales, las discusiones sobre la relación Iglesia y Estado, los movimientos de emancipación social e ideológica y las consecuentes tensiones pedagógicas que a causa de las múltiples cosmovisiones iban moldeando la escuela al vaivén de los pendulares paradigmas éticos y políticos. Los conflictos ideológicos, dirimidos con el lenguaje de las armas, iban dándole forma
a una institución escolar que por esta misma razón, perpetuaría hasta hoy su capacidad dialéctica en la transformación del pensamiento y la cultura.
Así, las primeras manifestaciones de la educación primaria en el área ocupada en la actualidad por los municipios de Caldas, surgieron a partir de los movimientos colonizadores de los antioqueños. Aunque la primera prioridad para los colonos fue establecer su dominio so