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Evocando a Manizales en la Distancia.

  • Foto del escritor: Piedramaní
    Piedramaní
  • 13 may 2018
  • 3 Min. de lectura

Manizales, Caldas

Un breve Recorrido en Buseta desde el Barrio la Francia


Si se me pidiera como ahora, escribir una historia en Manizales, se me pediría escribir mi historia, una llena de las mismas calles y las mismas caras, las de personas que, aunque no conozco son familiares porque siempre las he visto como yo, recorriendo los mismos sitios. Viviendo ahora en un país hermoso y similar pero lejano, cualquier historia es buena para evocar la hermosa cotidianidad que trae consigo vivir en Manizales, por ese motivo, no elijo un gran acontecimiento o un día que traiga recuerdos de exagerada felicidad, sino simplemente uno como cualquiera, un día reciente después de que, en algún momento desconocido, fui consciente de lo que me rodeaba.


La mañana de cualquier día de febrero de 2015, mi habitación con el clima y la luz perfectas características de la casa de la infancia. Los perros y el gato también recibiendo el día sobre mi cama llena de pelos y lengüetazos y el beso de mi madre que ni un solo día faltó en mi mejilla, costumbre establecida para antes de iniciar la jornada laboral.


Después de tomar el bus desde mi barrio la Francia, su ruta me llevaba por los Alcázares y luego la Avenida Centenario, sentada en la tercera o cuarta fila de adelante para atrás y del lado contrario al conductor, observaba maravillada sin cansarme las montañas; con frio o calor todos los días se ven preciosas, como se juntan con el cielo y como ahora, sentada a muchos kilómetros de distancia las puedo ver, las del fondo más azules y las cercanas más intensas, pero todas mías, porque son mías esas montañas que me vieron crecer.


Y así, el desconcierto del centro con vendedores promocionando cosas llenas de color, los olores inconfundibles provenientes de los puestos de comida informal y el ruido propio del caos ya familiar, se mezclan para darle el incomparable aspecto a la capital Caldense.

Mientras se avanza por la avenida principal, se pueden seguir viendo las montañas sobre las cuales se forma mi pequeña ciudad, en tanto cambia el paisaje y el bus continúa su recorrido, llegan los pensamientos del futuro, los planes, los temores y las decisiones; todo cobijado por un sol tenue y un cielo cubierto de nubes, pero lo suficientemente cálido para acompañar y convertir esos, en buenos pensamientos.

Llegando a mi destino, encuentro más personas familiares que seguramente vivieron ese día también una historia sencilla y que sin ser conscientes se entrelazan con mis vivencias, tal vez son nombres que no recuerdo, pero sí estuvieron ahí para un solo día darme un saludo, hacen parte de mi historia, hacen parte de mí.


Y así sin más pasan los días en Manizales, sin grandes sorpresas, pero con vidas tranquilas y cobijadas por su inconfundible aroma entre tierra mojada y aire fresco, que permiten que todos quienes lleguen puedan sentirse en casa y tanto locales como foráneos, construyan historias o su vida en la Ciudad de las Puertas Abiertas.


Con mucha nostalgia recuerdo ahora cada una de esas sensaciones, esperando de nuevo regresar a mi ciudad, a los brazos buenos de mi padre y los ojos amorosos de mi madre, con historias de otra parte y con mi esposo, un enamorado más de Colombia y Manizales, para que allí también construyamos una historia juntos; la de un mexicano y una colombiana, locos por los perros y esas montañas, en una ciudad donde todos son bienvenido.


Autor Laura Angélica Quintero Hurtado// Abogada Manizaleña Residente en Mexico

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