UNA LABOR DE PAZ
Itinerario Breve
Revista Manizales, Volumen XIX. Número 204. Mayo, 1958.
Blanca Isaza de Jaramillo Meza
Cuando salgo al encuentro de Esmeralda Arboleda de Uribe, cuya presencia en mí hogar es siempre grata y amable, me quedo admirada de la transformación que se ha efectuado en ella; los largos meses de su obligatorio destierro, la intensidad de sus estudios, su trajín de ama de casa en un país en donde las criadas están sólo al alcance de los millonarios, la angustia de su patria lejana y sometida a la bota del déspota, le dieron una figura estilizada y fina; ante la ineficacia de los regímenes para adelgazar pudiera aconsejarse a las damas que quieran rebajar unos cuantos kilos el tener, como esta mujer excepcional, un concepto nítido de la libertad, una orgullosa independencia de criterio, un corazón girondino, unas ideas propias y una definida altura de aspiraciones; el vivir bajo la dictadura y sufrir persecuciones por la justicia, ser víctima del atentado personal y afrontar la situación de zozobra que le tocó padecer a Esmeralda Arboleda, deja atrás las más rigurosas normas dietéticas, los más severos regímenes médicos para adquirir una esbelta silueta; esto le ha pasado a ella; está contenta con su nueva estampa; se siente más ligera, más joven, más apta para la multiplicidad agobiadora de su labores.
Esmeralda tiene una envidiable facilidad de expresión; siempre que la oigo me deja sencillamente asombrada con la fluidez y la elegancia de sus palabras; su argumentación es decisiva; enfila las respuestas como escuadrones de batalla; no hay a lo largo de sus conferencias ni una vacilación, ni una falla idiomática, ni una duda respecto a la nobleza de su misión de ilustrar a la mujer sobre los problemas, las responsabilidades y los deberes que le impone el haber conquistado su derecho a votar. Desde su puesto en la Dirección Liberal, ha hecho, al lado de Alberto Lleras Camargo, ese hombre superior, ese estadista insigne cuya palabra de serenidad se alza entre la colérica vocería del odio como una torre de esperanza, una obra patriótica y pacifista que enorgullece a todas las mujeres colombianas; su campaña no es una campaña política sino una alta campaña de paz y de convivencia; ella tiene una fe erguida y firme en la trascendencia de la intervención de la mujer en esta época amarga y convulsiva que estamos viviendo; la mujer con su innato sentido de la justicia, con su generoso corazón, con su entusiasmo desinteresado, con su intuición para hallar siempre el camino seguro hacia el porvenir de fraternidad entre los colombianos, está llamada a realizar ahora, con su derecho a votar, una constructiva labor de patria; nosotras estamos desligadas de compromisos partidistas; desconocemos los tortuosos caminos de las intrigas palaciegas y podemos dar nuestro voto por los más capaces, por los más honrados, por los que lleven con dignidad la bandera de la patria, de esta patria martirizada por la violencia, ensombrecida por el humo de los incendios, avergonzada ante los extraños por la presencia impune de los violentos, entregada indefensa a la codicia de los traficantes sin decoro.
No es posible quedarse al margen de este anhelo de restauración, ser indiferentes, con una indiferencia culpable a los dolores de la patria; sobre el panorama desolado empiezan a soplar los vientos tonificantes de la nueva concepción política, del nuevo estilo de concordia; la presencia de la mujer en el Senado, en la Cámara, en las Asambleas, en los Concejos Municipales será un factor decisivo para el progreso del país, para conseguir la expedición de leyes que salvaguardien la familia, para lograr el ideal de la educación gratuita y obligatoria, para adquirir mejores condiciones de vida para los humildes. Los tiempos son aciagos y la mujer no tiene derecho a desentenderse de sus deberes; en todos los campos de la actividad ciudadana, ella ha dado pruebas de su capacidad intelectual, de su consagración al trabajo, de la eficiencia con que sabe desempeñar labores que antes se consideraban del dominio absoluto de los varones, de su generosidad y de su criterio de rectitud y de justicia; ya hemos visto cómo en Italia las mujeres pusieron con sus manos finas una barrera que logró detener el avance inquietante del comunismo.
Todas estas cosas son triviales pero cuando las dice una mujer como Esmeralda Arboleda adquieren mayor relieve y más trascendencia histórica; su fe es confortante; su entusiasmo contagia a quienes la escuchamos con sereno espíritu; apreciamos ante su argumentación clara e indestructible como un diamante, la importancia del derecho que se nos ha concedido y la obligación que tenemos de no ser inferiores al momento que vivimos, de contribuír con los medios que se ponen a nuestro alcance a lograr para Colombia una necesaria y urgente tregua de paz política, una justa distribución de los puestos públicos, unas aceptables condiciones de vida para las clases sin fortuna, ya que todos pagamos las contribuciones y ha sido norma de nuestro viciado sistema Político considerar el poder como un modo fácil de saldar compromisos y repartir premios a los más hábiles electoreros.
Todas las mujeres de Colombia debemos unirnos en una misión de paz; la violencia pasa como un ciclón rojo sobre los campos promisorios y las aldeas pintorescas; los hombres han predicado el odio, nosotras pondremos en vigencia los postulados de la fraternidad; hemos de luchar al lado de los buenos para que este oleaje de muerte y de espanto se anule contra los diques del mandato evangélico. Sobre el dolor de los caídos, sobre el llanto de los niños y la queja angustiosa de las madres, alzaremos la estructura armoniosa de la nueva República.
Blanca
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