RAFAEL, UN ARRIERO OLVIDADO .
UN ROSTRO, UNA HISTORIA.
Fatigados por el cansancio que deja la vida con cada experiencia y tiempo vivido, del cual sólo quedan los recuerdos hoy tatuados en el alma... cada quien avanza hacia el lugar que desea soportando el peso de los años, cada uno es para si el recuerdo más reciente.
Los rostros que aparecen en las páginas siguientes decidieron abrir su corazón para contar su historia, narraron uno a uno los años vividos, los recuerdos desgarradores y momentos felices, no tuvieron temor de lastimar sus heridas causadas hace muchos años por falta de amor, comprensión y abrigo; como unos verdaderos valientes vencieron sus temores sacando afuera todo lo en ellos hasta ahora les oprimía.
En cambio nosotros permanecimos mudos escuchando una a una sus palabras hasta que un nudo en la garganta hizo sellar de una vez y para siempre este momento. Entonces les prometimos que no en vano sería este encuentro y sus historias permanecerían expuestas a la memoria como un homenaje a la valentía y el respeto.
Si se pudiera borrar con las manos tantos recuerdos de la juventud, nunca tendríamos que llorar ya viejos, las consecuencias de la ingratitud.
(José A. Morales – Pasillo)
Sobre la vía que conduce hacia Pensilvania, en el barrio Milenio en una casa a medio revocar y sin pintar, rodeada por un cerco de lata de guadua que sirve como fortificación para entrar a ella, vive un hombre silencioso llamado “Rafael María Tangarife Carvajal” quien el paso de los años ha cargado sobre su rostro, su piel y su mirada las vicisitudes de la vida. Este amigo sencillo y buen conversador todavía recuerda muchas de las historias, anécdotas y aventuras vividas como arriero, las que a sus 92 años tiene aún a flor de piel.
Es fácil entablar conversación con Don Rafael, una vez lo visitan le invita a seguir a su humilde hogar, para tomar asiento en una improvisada banca hecha de tabla que se encuentra sobre puesta en dos estopas de arena y mientras se conversa con este experto arriero de Manzanares, los visitantes pueden sentirse amenazados por una peligrosa y feroz perra de color blanco que para él es su mejor y más grata compañía; este temible animal si se descuidan te puede matar a lengüetazos.
Según don Rafael, su amiga no es más que una callejera que trae locos a todos los perros del barrio, es por eso que suele ausentarse de la casa por algunas horas, sale a merodear y armar algunos pleitos entre los perros del vecindario que se disputan sus dominio, no en vano ella no se mete en esos cuentos, regresa a casa de su amo y se echa a sus pies, tratando de que olvide las horas de su ausencia (…)
Si, don Rafael como le dicen sus paisanos fue uno de los más importantes y conocidos arrieros del Manzanares hace ya 40 años, dice conocer como la palma de la mano los caminos de herradura que comunicaban a Manzanares con Marulanda, San Félix, Aguadas, Aránzazu, Neira, Pensilvania, Marquetalia y Honda, porque fueron las más importantes rutas de trabajo por donde iba y venía llevando recuas de mulas, bueyes y ovejas. Para aquel entonces, los productos que más se comercializaban eran el maíz, el frijol, el carbón, la papa y el café, productos que transportaba en 12 mulas él solo; además de arrear marranos entre Aguabonita y san Juan para el señor Néstor Gómez.
Narra que luego de que su padre muriera, él decidió irse sin rumbo fijo, no duraba mucho tiempo en un sitio cuando ya estaba pensando en otro lugar, él mismo dice haber tenido alma de aventurero y andariego. Afirma que le gustó la parranda y el aguardiente, pero jamás la pelea, se considera a sí mismo como una persona respetuosa y pacífica, sin enemigos porque siempre evitaba los problemas, lo que le permitió llevar una vida tranquila.
En la casa en la que hoy vive están conservados los recuerdos de su última compañera sentimental con la cual convivió 46 años, luego de haberse casado en dos veces; pero matrimonios de los cuales cual no quedó ni un solo hijo. Pese a su extraña soledad, este hombre humilde aún conserva la indumentaria y prendas de un arriero como su delantal, elemento que según él lleva siempre ceñido a la cintura desde que se levanta hasta que se acuesta, no logra deshabituarse de esta vieja costumbre; conserva también un sombrero que siempre lleva puesto, su ruana, el zurriago, algunos rejos o lazos colgados en una horqueta al interior de su casa.
Aunque la arriería fue una industria rentable en el pasado, en los pueblos de cultura cafetera como los de esta región, hoy por hoy arrieros como Don Rafael son personas sumidas en una profunda pobreza que adicionalmente soportan penosas enfermedades como un continuo temblor en su mano derecha, producto del deterioro de sus cuerpos de tanto carretear de un lugar a otro; sin lugar a dudas las largas faenas de trabajo expuesto al sol, la lluvia o el sereno, ya están pasando su cuenta de cobro; y aunque Rafael es un hombre fuerte, de arranque y echado pa´lante ya es inevitable el cansancio que reflejan sus ojos marchitos, su mirada tal vez se está apagando para siempre porque sus pasos ya son cada vez más lentos y torpes.
Pase lo que pase, procuraremos que nuestro amigo “Rafael, el arriero olvidado” sea honrado en estas líneas y en las páginas que se escriban de Manzanares. Pese a que su muerte se diera a comienzos de este año.
Geimar Alonso Valencia Betancurt
Tomado del Libro Por los Caminos de mi pueblo
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