Cuento escrito por:
DIEGO ANDRÉS PAVA POSADA
Grado 5.
Institucion Educativa Purnio
La Dorada Caldas
Hará unos veinte años, en un día bastante cálido por las playas de Bucamba, bañadas por el omnipresente Río Magdalena, que se celebró el Festival de Verano. Siempre llenas de gente, las arenas tenían porte de fiesta: los niños con sus cometas por ser agosto, los viejos con sus atarrayas esperanzadas de ser llenadas con la copiosa pesca río abajo, y sus canoas prestas para la faena. Las madres con sus ollas, lamidas de hollín por los costados, a rebosar de sancocho y mojarra sudada, conformaban la escena para calmar los antojos del gentío. Los jóvenes con sus doncellas departían en el quiosco al son de cumbias y cervezas, hablando quizás de cómo arreglar desamores, o desarreglar amores, o de cómo ser cómplices de alguna aventura.
Eran tiempos mejores que hoy, la gente acampaba con cambuches, y si eran de modito, llevaban su carpa. Algunos tenían más forma y hasta alquilaban cambuches. No faltaba algún ebrio de madrugada perdido por ahí buscando goterear cualquier ron, guaro o amarga medio llena. Pero siempre había gente.
Cierta vez rumoreaban los viejos, que en las cuevas pegadas al río se oían gritos espantosos de dolor y de rabia. Según ellos, cada que navegaban en sus vetustas canoas escuchaban tremendos alaridos, pero al mismo tiempo gruñidos como de perro tísico mezclado con voz de anciano agripado. No siendo más, estaban convencidos, por lo que les habían dicho sus taitas hace tiempo, que se trataba de El Mohán.
José, uno de aquellos veteranos pescadores embutidos de historias sobre aquel medio monstruo, un día le dio por contar a sus amigos sobre una tal Claudia y su esposo Jorge, que por cierto, eran de familia de pescadores también, y muy numerosa. Decía que Jorge era apuesto, bien parecido y mujeriego sin par, que bebía hasta agua de florero por lo borracho, y que el pescado no le faltaba porque le había ofrecido a El Mohán muchas botellas de aguardiente y cantidades de tabaco. Por eso, según José, parecía que estuviera de subienda todo el año, y alcanzó a tener buenos centavos y prestaba plata.
Pero un día al pobre Jorge se le fue la mano, se emborrachó tal, que se bebió la botella que ofrecería al ser que lo beneficiaba tanto. Aquella criatura, ofendida, ni se inmutó en rebajarle su cuota diaria de pescado. El pescador no tuvo más remedio que pedir disculpas y arrepentirse por su torpeza.
Pero El Mohán, que no es nada bruto ni da puntada sin dedal, se acordó que Jorge le había dicho charlando en alguna ocasión, que él tenía una mujer con cinco hijos, todos varones, y que anhelaba una niña, que sería la sexta integrante de la casa. Muy decidido se aprovechó de la ingenuidad de Jorge, y le dijo que si quería otra vez buena pesca y plata para echar pa´ arriba, le tenía que entregar a su futura hija en sacrificio.
Y es que la pobreza en que cayeron no se había visto hacía mucho tiempo. No tenían que comer Claudia y su ejército de familia. Y para colmo nadie le volvió a pagar las deudas a su borracho predilecto, porque la señora lo quería como era. Plata es plata, se decía a ella misma.
Jorge no hizo caso al principio, pero tan de malas estuvo, que un día navegando por el río, sintió un peso inusual en su canoa. Se asustó tanto que pensó tirarse al agua. Pero apenas caviló en eso, se le apareció un pez enorme con cabeza descomunal, dientes afilados como sierras y barbas de anciano. Era nada más que El Mohán. Se le heló la sangre al pescador.
Acto seguido, el medio monstruo le dijo a él que no se preocupara, porque podía cambiar de forma. Pero no hubo caso y Jorge siguió pálido del susto. Le replicó que si quería la abundancia de antes, tenía que entregarle su hijita próxima a nacer, y que como el amor y anhelo con que la esperaban tanto era mucho, la pesca que le daría sería proporcional. El Mohán era buen negociante, según José.
Pues Jorge prefirió su vida de antes a la de su hija. Comida, subienda, plata, mujeres, licor por cantidades navegables como el río Magdalena…su vida estaba hecha.
Mientras la niña nacía, la pesca volvió a ser abundante. ¿cómo sería al nacer la nena? Inigualable para Jorge. Lo malo es que Claudia, percatada por Jorge de sus andanzas con el medio monstruo y después de darle una buena reprimenda, se encariño con la futura hija.
Jorge se acordó del pacto y no sabía qué hacer, si darle en ofrenda su retoño al El Mohán o no.
El día llegó por fin y nació la niña. Por lo tanto, su vida no sería la misma si la daba en sacrificio: pesca para toda la vida y los excesos de siempre…pero le pudo más el amor a su Claudia y su recién nacida, que mejor se abstuvo de dársela a ese ser despreciable y aprovechado. Claudia, que se creyó más astuta que aquel medio monstruo, le dijo a Jorge que se fueran lejos de Bucamba, donde no llegaran las influencias espirituales de El Mohán, para ver si a pesar de ello podían sobrevivir, y si era preciso, cambiar de oficio.
Sin embargo, Jorge, ambicioso como él solo, recordó que las promesas había que cumplirlas. Claudia, a regañadientes y llorando, se fue con su esposo en la canoa, niña en brazos, al lugar de la maldita alianza. Para sorpresa de ellos, el Mohán nunca apareció.
Se santiguaron y se dijeron que seguramente al medio monstruo le dio pesar arrebatarle su hija, pero a fin de cuentas, era mejor ser pobres que saber que tenían que ocultar una verdad horrorosa para medio pueblo, chismoso y envidioso de por sí. No le dieron vueltas al asunto y regresaron a su rancho.
A la niña la bautizaron con el nombre de María Trinidad, porque pensaron que la Virgen y las tres personas más poderosas del cielo les habían ayudado en ese trance.
Pasaron quince años, y la belleza de la joven no tenía igual en Bucamba. Aprendió el oficio de su padre, raro en las mujeres de esos lugares, y un día embarcó con sus otros cinco hermanos en la misma canoa de aquella vez. Al tirar la atarraya, se llenó al instante. Llevaban años de malas pescas y la doncella, halando con fuerza, logró subirla como pudo a la canoa. Pero de golpe apareció un fantasma que cobró forma entre medio pez y medio humano entrado en años. Era El Mohán que vino a llevársela, preso de su belleza. Aquel lugar era donde años atrás, se hizo un pacto. María Trinidad gritaba y gritaba, y sus hermanos, presos del susto, no tuvieron más remedio que dejarla ir.
Al llegar a su rancho para relatar lo sucedido, Claudia, su madre, cayó en una depresión y se tornó inconsolable. De tantos calmantes y vainas de hospital, murió tiempo después. Y su padre Jorge, el ambicioso pescador desmedido en los placeres de la vida, al menos pudo pagar su muerte bebiendo. No anduvo día que no estuviera de cantina en cantina recordando su pacto. Sus hijos, sabedores luego del triste momento de codicia en el lecho de muerte de su padre, no volvieron a pescar, primero, porque ninguno quería al Mohán, y segundo, porque heredar millones sin esfuerzo los hizo ahorrar lo suficiente para montar su propia cantina. Y en su cantina se reúne José, con otros viejos, a echar relatos de pescadores ambiciosos y mujeres complacientes, y enseña que por nada del mundo se deben de hacer ofrendas a El Mohán, porque según el viejo, es mejor ser pobre y vivir con lo que se tiene, que anhelar riqueza y sin saber qué hacer con ella.
Recuperado de:
https://www.bogotavive.com/mitos-y-leyendas/leyenda-de-el-mohan La leyenda de el Mohán. Consultado el 20 de agosto de 2019.
Toda Colombia. La cara amable de Colombia. https://www.todacolombia.com/folclor-colombia/mitos-y-leyendas/mohan.html consultado el 22 de agosto de 2019.
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