Nombre: Campesinos
Autor: Alipio Jaramillo Giraldo
Colección pinturas del Banco de la República. No de registro AP 170.
(tomado del diario el tiempo)
Ayer me sacaron una muela y tenía hinchada la cara. Alipio Jaramillo se disculpa. Abre a medias la puerta de su casa-taller y dice que sale en un momento. Luego, en una tienda del barrio, se toma un café con leche (sin azúcar) y empieza a hablar. El invita. Con 84 años no tiene lagunas en la cabeza. Recuerda su recorrido en tren por la China (recibido en cada pueblo como si fuera Nixon), el viaje de 15 días en un carguero petrolero para llegar a Colombia después de un año en el Brasil, los murales que hizo con David Alfaro Siqueiros en Chile y México, su infancia en Manizales, las dictaduras que lo sacaron del país. Su rebeldía.
Mujeres? Las he tenido a la carta.
Alipio Jaramillo vive solo. Cerca de la Universidad Nacional, en donde fue profesor de artes plásticas. En su taller los cuadros están apilados y cubiertos por el polvo. Un polvo negro. En el piso quedan sus huellas cuando camina.
En medio de ese abandono voluntario hay óleos de Lenin y del Che Guevara de la década del sesenta, algunas escenas trazadas con una intención geométrica, casi abstracta, en las que aparecen, por ejemplo, Sancho Panza y Don Quijote de la Mancha. También hay autorretratos, una siesta de enamorados, mujeres cargando racimos de plátano, algunos ejemplos de sus últimos cuadros (hechos hace solo seis años), de campesinos asesinados, paramilitares, niños llorando. Pinturas de pequeño y gran formato.
Todo esto apilado. Cuadro sobre cuadro.
Dijeron que dejé de pintar por culpa de Marta Traba. Por sus críticas. Falso. Me borraron del mapa pictórico colombiano hace 30 años, pero nunca dejé de pintar hasta la muerte de mi hermano, en 1991. En cuanto a Marta Traba, ella lo único que hizo con su cultura europea y su escritura de lujo y su bla, bla, bla fue dejar bobos a una partida de provincianos melenudos, elogiar cuatro firmas y atacar con sarna a los que no le caían bien. Era brillante. Y pobrecita. Tan inteligente y se mató en un avión..., y que conste que me emborraché muchas veces, hasta en Pekín, con Jorge Zalamea, su suegro, mi amigo .
Ahora, algunos de los cuadros de Alipio Jaramillo están en la Sala Marta Traba del Museo de Arte Moderno. Una ironía que le saca una sonrisa.
De Chile a Pekín Alipio Jaramillo llegó a Bogotá en 1937, a sus 24 años, dispuesto a convertirse en artista. En Manizales la única escuela que había tenía el horario absurdo de 6 a 7 de la noche, y para ser artista se necesitan las 24 horas . Se matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes y cuatro años después se graduó con el título de Maestro de Dibujo, el diploma tiene la firma del en ese entonces Ministro de Educación, Jorge Eliécer Gaitán. Lo recibió de sus manos.
Pero el cartón no era suficiente. Era necesario ir en el peor de los casos aunque fuera a Quito. A pintar. A estudiar . Viajó a Santiago de Chile, en donde fue el primer alumno de un maestro que años más tarde se volaría la tapa de los sesos. Pero esa es otra historia.
Cuando apareció el segundo alumno en la clase de muralismo, el profesor, Laureano Guevara, pudo recibir su sueldo. Luego vinieron otros dos alumnos y la clase tenía forma. No llevaban más de tres meses en clase cuando apareció David Alfaro Siqueiros en la Universidad, huyendo de México acusado de intento de asesinato. Contra Trostsky.
El famoso muralista mexicano (padre de la tendencia junto a Orozco y a Diego Rivera), los necesitaba. El pintaría la historia de Chile y ellos (los cuatro alumnos, los únicos muralistas en Chile en ese momento) quedaron encargados de pintar los 21 próceres chilenos, bajo el mando de Siqueiros. Pintando con pistola de aire y subsidiados por la Embajada mexicana. Luego de esta experiencia, Jaramillo decidió viajar a Argentina.
Me recibieron en la Escuela Superior de Bellas Artes de Buenos Aires, en donde solo reciben a los graduados de Escuelas Nacionales, estuve seis meses, pero me aburrí del peronismo y de todos esos militares en la puerta de la Universidad. Tenía lo justo para viajar a Río de Janeiro. Llegué a las 5 de la tarde y a las 7 ya estaba instalado. Los estudiantes de la escuela, los profesores, todo era un maravilla .
Alipio entró de lleno al mundo cultural del Brasil y se hizo amigo de uno de los máximos representantes del muralismo brasileño, Cándido Portinari (que además de comprarle cuadros lo invitaba a diario a su casa como su protegido), cuando no iba enviaba a sus hermanos a preguntarme por qué no aparecía .
Barco petrolero. Un año después tuvo que viajar a Colombia. Se embarcó en un barco petrolero junto a un odontólogo pastuso. Delirio. En la travesía se regó la historia entre la tripulación de los poderes de Alipio Jaramillo. Se decía que sabía de la Macumba, la religión espiritista brasileña. Y todos querían verlo. El se negó. Por miedo. Tuve un amigo pintor, un negro que me inició en los rituales. Me llevaban tabaco, gallinas y aguardiente. Y alguna vez algo salió mal y el negro casi que no sale del trance . Cansados, Alipio y el odontólogo desembarcaron en Venezuela. En Colombia se separaron.
Alipio empezó a dictar clases en la Universidad. Pintó un mural. Un par de años más tarde viajó a Pekin. En 1951. A una conferencia de Paz a la que estaban invitados varios países. Su misión: pintar un mural. Por esos días se dio cuenta de que su maestro en Chile, Laureano Guevara, se había suicidado luego de quedar ciego. Se voló los sesos.
A Pekin viajó junto a Jorge Zalamea. Recorrió la China en tren. Como la arquitectura no se prestaba para los murales realizó un gran lienzo, que ahora está en el Museo Histórico de Pekin, junto a una obra de Diego Rivera . A su regreso vino el silencio. Pero no por culpa de Marta Traba, sino de las dictaduras . Porque Alipio Jaramillo no olvida. Y habla, reniega, acusa a diferentes gobiernos. En ese momento se exilió en México y trabajó nuevamente con Siqueiros. Y me cansé de ser su ayudante . Viajó a Monterrey e hizo su última gran exposición. Luego volvió a Colombia. En donde siempre se sintió perseguido.
Pero no hablemos demasiado, pueden venir a matarme. Este país no cambia.
Alipio termina su café.
Por: Por FERNANDO GOMEZ Redactor de EL TIEMPO
02 de diciembre 1997 , 12:00 a.m.
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